Tiempo atrás siempre supimos cuál era el siguiente paso. Tiempo atrás sacábamos horas a los minutos, sin tan siquiera darnos cuenta. Fuimos hombres y mujeres del renacimiento, estudiábamos, leíamos, pintábamos, tocábamos el piano y en vez de aprender esgrima nuestra madre nos apuntó a patinaje artístico o a balonmano. Siempre inquietos, dentro de un todo que supuso la formación para un futuro mejor. Jóvenes, aunque sobradamente preparados, y en cada una de las artes. Ahora el futuro ya esta aquí... y resultó que no fue mejor. De acuerdo, hemos ganado en independencia. Pero este resultado tampoco nos satisface. Trilicenciados políglotas y polifacéticos de buena apariencia que hacen fotocopias. Y de pronto un día, en un curso rodeados de iguales, se dan cuenta de que están pensando de nuevo. De pronto, el cerebro se percata de que le cuesta entender un concepto, y ese pensamiento en sí es maravilloso, porque toma conciencia de sí mismo. Cuánto tiempo hace que no pensábamos en pensar...
Es cierto, somos afortunados por tener un trabajo, aunque nuestro cometido de mayor importancia hoy fuera cambiar el tóner de la impresora. Podríamos estar en casa haciendo prácticas de mecánica de fluidos con pelusillas y motas de polvo que titilan con la luz que entra por la mañana los lunes. Pero somos infelices crónicos. Nunca nada es suficiente. Porque... ¿dónde está la felicidad? ¿En saber contentarse con una vida mediocre y sin responsabilidades? ¿O en aspirar a más y más, prometidas ideas elevadas, que nunca llegan... y que cuando llegan decepcionan? Tanto, tanto tiempo luchando para llegar hasta aquí... y ahora el aquí es allí, y cuando llegue allí será más allá... pero el éxtasis mental no sé si lo perdí por el camino o aún no llegué. Y puede (puede), que quien posea la verdad absoluta sea el caballo de Descartes ("tengo pienso, luego existo").