El calendario me hace ring ring con la nota de aviso "toca madurar" y yo me agarro a mi plaquita de "técnico en farmacia", sudando lexatines cada vez que me miran a los ojos.
No llueve aún, pero la cuenta atrás ha empezado. Tengo que hacer prueba de nivel hasta para clases de natación en el polideportivo del barrio; el fin de mes ha llegado y hay que rendir cuentas al rey.
Una rumana que no sabe si está embarazada, Juin Jun convulsiona y el padre del bebé me pide barbitúricos inyectables, la chica vasca de mirada triste susurra transilium y lubrificante, la madre colombiana quiere saber el precio de un antibiótico para su hijo y la madre española quiere saber el precio de siete cremas de Vichy...
Se vende la solución a sus males, y con una sonrisa de regalo. Los jubilados tienen todos la tensión de libro, colutorios y blanqueantes dentales para él, trombocid-anti-ojeras para ella, cera de ortodoncia y píldora del día después para los adolescentes, deja de llorar bebé que me partes el alma...
Si no me miente yo le ayudo... ahí está mi vocación. Palabras de placebo a cambio de nada.
Y al volver a casa andando, con mi música en alemán, dos broncas de la jefa, los pies destrozados y por fin sin la bata blanca... saldo a mi favor. Porque a veces me topo con personas (que no autómatas) al otro lado del mostrador.
Si os cruzais con una viejecita de pelo blanco y metro y medio de altura, por favor sonreídla al pasar... se merece todos los abrazos del mundo.